jueves, 16 de mayo de 2013

Las rebeliones y la defensa indígena

Un texto realizado por Iraida Vargas, en la edición de Octubre-2009 de la revista "Memorias de la resistencia Indígena", siendo un trabajo del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. (pág. 2-9).

 El enfrentamiento entre indígenas y españoles tuvo una duración variada en las diferentes regiones geohistóricas que conformaban el territorio de lo que podríamos llamar la Venezuela del siglo XVI. En la zona costera y en la andina, para inicios del siglo XVI, ya el dominio colonial hispano se había estabilizado dando paso a la configuración de una nueva forma de propiedad agraria fundamentada en las encomiendas, pueblos de misión, siembras de comunidad, etc. Por esa razón, los levantamientos o rebeliones indígenas no llegaron a adoptar una forma orgánica de oposición a la dominación colonial, ya que estas poblaciones fueron desarticuladas, cultural y territorialmente, e integradas dentro de nuevos procesos de trabajo vinculados a la producción colonial. La estructura de la familia extensa, fundamento de la sociedad indígena,
fue fragmentada al abolirse la utilización de las viviendas comunales y ser reemplazadas por viviendas unifamiliares, ocupadas por un nuevo tipo de familia nuclear: madre, padre, hijos e hijas; se cortó la relación del colectivo con la tierra y la naturaleza, la cual comenzó a estar mediada por la institución del encomendero o el cura de misión.

La resistencia indígena Caribe en las regiones más apartadas, como el Orinoco, duró hasta fi nales del siglo XVI, ya que esos grupos étnicos se aliaron con otros colonizadores ingleses, franceses y holandeses contra el enemigo común: los españoles, hasta que los misioneros capuchinos catalanes establecieron pactos de conveniencia con sus antiguos enemigos, lo que les permitió dominar a las etnias Caribes orinoquesas. A diferencia, los esclavos negros, que procedían de sociedades y reinos del occidente de África, muy jerarquizados, pudieron conservar —a pesar de su condición de esclavos desarraigados— muchos de sus rasgos culturales originarios, alimentando así su esperanza de ser libres en una tierra extraña que terminó siendo su nueva patria.

Sin embargo, los indígenas caribes que ocupaban la zona norte, especialmente los valles intermontanos de la cordillera de la Costa, donde se encuentran localizadas actualmente la ciudades de Caracas y Los Teques, defendieron sus territorios ancestrales, que habían habitado desde por lo menos alrededor del año 300 de la era, aunque el poblamiento más importante y numeroso ocurrió entre los siglos X y XII. A partir de 1560, losejércitos caribes bajo el mando de los jefes Guacaipuro, Terepaima y Paramaconi, se enfrentaron a las numerosas expediciones españolas logrando controlar hasta el siglo XVI todo el territorio que habían ocupado en la porción norte del país, cuando fi nalmente fueron derrotados.

A partir de entonces, la colonización logró desarticular a las etnias indígenas como comunidades autónomas, muchas de las cuales persistieron como semiautónomas hasta fi nales del siglo XVIII, mediados del XIX. Durante los tres siglos que duró la colonia, los indígenas se vieron inmersos en un intenso proceso de mestizaje, sobre todo con descendientes de los esclavos de origen africano y en menor grado con los criollos descendientes de españoles peninsulares, mestizaje que dio lugar a lo que hoy día se conoce como población criolla. Durante los siglos XVI y XVII, muchos indígenas que habían sido trasladados a la fuerza a
las plantaciones que se encontraban ubicadas en los valles de Carabobo, Aragua, la región capital y Miranda, se incorporaron —como individuos que no como colectivos— a las luchas de los negros cimarrones por la libertad, ocupando con ellos los cumbes que fundaban, sobre todo en zonas inaccesibles de los valles mirandinos. En el siglo XVII en la región llanera, las comunidades indígenas, particularmente las de los cazadores recolectores pescadores que fueron desplazados de sus antiguas tierras a orillas de los grandes ríos como el Cojedes y el Portuguesa por la expansión territorial de los hatos ganaderos, se unieron con los negros cimarrones de los cumbes y formaron comunidades que vivían de la rapiña de los rebaños de ganado y del asalto a las poblaciones de criollos o indios, secuestrando mujeres y niños que iban a engrosar las bandas cimarronas que se formaban en el llano. Para 1786 se calculaba en 24.000 el número de indios que se habían unido a estos focos de rebelión, los cuales se anexaron a otros que ejercían el ofi cio de piratas en los grandes ríos llaneros. Los mismos se unieron inicialmente a la caballería de Boves al comenzar la Guerra de Independencia. Uno de los caudillos más nombrados de estas bandas de indios cimarrones parece haber sido el célebre Guardajumo, conocido por su crueldad. Hoy todavía persisten restos de esos grupos de indios que pescan utilizando solamente arpones en las orillas del río Portuguesa, viviendo en pequeños pueblos ubicados entre los intersticios de tierras que les dejan los hatos, formando unidades endógamas, ya que los criollos los desprecian, y se hallan sometidos a una terrible miseria.

Los indígenas tuvieron una destacada actuación en la Guerra de Independencia, especialmente en las batallas libradas en los llanos. Gran parte del ejército de lanceros que acompañó a Páez en la Batalla de Mucuritas eran indígenas caribes o mestizos de caribes y canarios.

Ya para fi nales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se inicia la expansión de la sociedad criolla, las etnias indígenas que subsistían como semiautónomas, se vieron forzadas a abandonar sus espacios y ocupar nuevos territorios en áreas limítrofes del país, desde donde comenzaron a implementar procesos de resistencia cultural. Hoy día persisten 33 grupos étnicos, distribuidos en comunidades que aglutinan un poco más de 500 mil personas.

La resistencia culturalde los y las indígenas

La burguesía nacional que surge desde fi nales del siglo XIX necesitaba instaurar una ideología que le garantizase mediatizar las formas de resistencia y de lucha de todos los componentes étnicos y sociales de la nación venezolana, con el fin de propiciar y perpetuar su dependencia y subordinación. En el caso de las comunidades indígenas, esa dependencia se expresó en todos los órdenes de sus vidas, no sólo en el económico.

Los preceptos religiosos y la ideología que regulaban la vida de los indígenas, por ejemplo, entraron en conflicto con la lógica y la racionalidad capitalismo. Esa contradicción tendió hacia la desestructuración de las sociedades indias, lo que se expresó al nivel interno de muchas comunidades indias en profundas separaciones entre las distintas generaciones dentro de las diversas comunidades, entre los y las jóvenes y los ancianos y ancianas, y entre las distintas etnias entre sí. En consecuencia, los grupos étnicos indígenas se vieron obligados a modificar, sustituir y, en ocasiones, proscribir los contenidos ideológicos propios de sus sociedades y de sus diversas tradiciones culturales, no coincidentes con los de la sociedad burguesa. De esa manera, esos contenidos ideológicos originales comenzaron a perder su vigencia histórica y tuvieron que ser resemantizados para adecuarse a una nueva realidad, lo cual ha hecho posible su persistencia hasta hoy día.
 
Todo el sistema productivo tribal de las comunidades indias se vio profundamente afectado por el sistema capitalista. La organización para la producción entre los indígenas que se daba dentro de las estructuras ciánicas, se dislocó con la introducción de la propiedad privada sobre su principal medio de producción: la tierra; el trabajador directo o la trabajadora directa, al ser desposeído o desposeída de su principal medio de producción entró en una nueva forma de relación social en la cual era explotado o explotada. El desarrollismo capitalista cuartarepublicano invadió las tierras de la mayoría de las comunidades indígenas. Así, las selvas que éstas habitaban fueron convertidas en sabanas para la explotación agrícola, minera e industrial. Debido a que muchos de los territorios indígenas eran de principal importancia estratégica y económica para la nación, el Estado incorporó esas tierras al ámbito de la economía nacional mediante conquista, expropiación y colonización de esos territorios. Sustentó esas medidas manejando una ideología nacionalista que postulaba que se trataba del engrandecimiento y defensa de la patria.
 
La relación conservacionista de los indígenas con la naturaleza se vio violentada debido al deterioro progresivo de sus territorios a causa de ese desarrollismo, ejemplos emblemáticos de lo cual son el caso Warao, en caño Manamo, el de los Piaroa, el de los Yanomami, en el Amazonas y el de los Pumeh, en Apure. Los territorios indígenas en general, se convirtieron asimismo en presas muy deseadas por los latifundistas; debido a la existencia en muchos de ellos de recursos naturales apetecibles para los capitalistas nacionales y transnacionales, fueron objeto de una brutal expoliación. Si los indígenas protestaban, eran cazados y exterminados desde helicópteros con armas de alta potencia.
 
La distribución igualitaria tribal de lo producido en colectivo se vio también afectada por las nuevas relaciones sociales capitalistas, llegando en ocasiones a ser sustituidas por la apropiación diferencial característica de ese sistema. La organización familiar también se vio impactada por el capitalismo; la familia extendida característica de las sociedades indígenas tribales dio paso, entre muchas comunidades indias, a la nuclear como la forma que mejor se adecuaba al proceso productivo capitalista.
 
En el plano cultural, las comunidades indígenas estuvieron sometidas al asedio de las políticas indigenistas estatales que se proponían conocer al indígena para después cambiarlo; los indígenas no tenían posibilidad alguna de opinar en relación con esas políticas, quedando reducidos a convertirse en un polo receptor pasivo de la aculturación. Sobre todo a fi nales de los años 80 y los 90 del siglo pasado, muchas comunidades indígenas vieron migrar a sus jóvenes hacia las ciudades en busca de mejores oportunidades de vida. Esos inmigrantes se insertaron en esos espacios en los estratos más bajos de la sociedad y en las peores condiciones. Acorralados y acorraladas por una sociedad criolla que los y las despreciaba y marginaba, sin posibilidades reales de encontrar empleos bien remunerados, muchos de ellos y ellas fueron presas de las drogas, el crimen, la prostitución y el alcoholismo, en suma, de la miseria. Éstos se convirtieron en males comunes a esas poblaciones de inmigrantes, males desconocidos en sus comunidades originales durante milenios. La migración y las periódicas epidemias de enfermedades infecto-contagiosas, desatendidas estas últimas por los gobiernos cuartarepublicanos, disminuyeron la tasa de natalidad dentro de muchas comunidades indígenas, poniendo en peligro de desaparición a algunas de ellas. Lo mismo ocurrió con sus idiomas, amenazados constantemente por la penetración cultural de la sociedad criolla nacional y transnacional, a pesar del esfuerzo de algunos antropólogos y antropólogas pero fundamentalmente de las comunidades indígenas mismas por preservarlos. Las propuestas sobre la educación intercultural bilingüe no contaron con el apoyo del Ministerio de Educación, a pesar de que para 1979 existía un decreto que la consagraba.
 
Dado que la política indigenista del Estado puntofijista abogaba fundamentalmente por la “conservación de las culturas indígenas”, algunos elementos de la cultura material fueron privilegiados, sobre todo las artesanías con valor comercial, de manera que éstas perdieron su función social dentro de sus comunidades.
 
Los sucesivos gobiernos puntofijistas entregaron la “civilización” y la asimilación de los indios a la “cultura universal” a los misioneros católicos y a organizaciones religiosas extranjeras como las Nuevas Tribus. Estas últimas, so pretexto de inculcarles sus creencias religiosas, cumplían con la triple función de aculturarlos, crear entre ellos sentimientos antinacionales y de autodesprecio como etnias, al mismo tiempo que los obligaban a actuar como espías e informantes de las transnacionales de manera de facilitar la expoliación de sus conocimientos y saberes así como de los recursos naturales existentes en sus territorios, fundamentalmente los botánicos y mineros. Durante esos cuarenta años, varias denuncias fueron formuladas acusando a esas organizaciones religiosas extranjeras y a antropólogos estadounidenses inescrupulosos de la utilización de indígenas como conejillos de indias en experimentos con drogas.
 
Por todo lo anterior, las acciones de las organizaciones indígenas en ese entonces se orientaron básicamente
a adoptar formas de resistencia cultural, utilizando su condición étnica para protegerse de las agresiones de todo tipo hacia sus comunidades. La derecha atacó sutilmente esas formas de resistencia indígena, implementando desde el Estado y, sobre todo, a través de la Academia una trivialización y un reduccionismo de los objetivos de esas luchas. Efectivamente, en los espacios académicos de entonces surge un debate entre las posiciones teóricas del indigenismo, del etnopopulismo y del etnomarxismo. El primero, el indigenismo estaba orientado a justificar “científicamente” la asimilación de las comunidades indias a la sociedad nacional, eliminando sus especificidades culturales de manera de poder incorporarlos al sistema capitalista, garantizando que no hubiese reticencias gracias al empleo socarrón del mismo discurso de la resistencia cultural. En ese sentido, la nomenclatura del Estado venezolano basada en la tesis científica indigenista manejaba un discurso oficial que hablaba del “respeto a la cultura indígena”, mientras reducía las aspiraciones indígenas a tratar de conservar solamente sus elementos culturales formales y prevenía que dichas comunidades pudieran plantearse las causas de su condición de opresión y así unir esfuerzos con otros sectores igualmente oprimidos para obtener la transformación estructural de sus condiciones de vida. En la implementación de esta tesis del indigenismo, el Estado venezolano puntofijista vinculó y subordinó a la mayoría de los líderes de las comunidades indígenas a la nomenclatura central mediante la creación de otras nomenclaturas indígenas similares que representasen sus intereses políticos y económicos. En tal sentido, cooptó a muchos de los líderes, y sobornó a otros desvinculándolos de las luchas propiamente indígenas.
 
El segundo, el etnopopulismo, constituyó el fundamento filosófico que permitió una nueva forma de manipulación ideológica de la situación en nombre de una “ciencia comprometida” con los indios. Dicha tesis, que manejaba un discurso parecido en lo formal al indigenista, se sustentó en la idea de que había que “rescatar a los indios” y las minorías étnicas del avasallamiento del que eran objeto por parte del resto de la sociedad nacional y de los abusos transnacionales, para poder “preservar sus culturas”. Pero en realidad, el
etnopopulismo proponía un aislamiento de las comunidades indígenas con el fi n de evitar la “contaminación” de sus culturas con la hegemónica de la sociedad criolla, como manera de preservar su supuesta “esencialidad étnica”, apoyándose en la idea de que se trataba de sociedades inmutables y a-históricas, sociedades donde la historia parecía detenerse y, por lo tanto, los individuos estaban condenados a repetirse mecánica y eternamente, sin implicarse en la lucha de clases ni en los variados problemas nacionales ni a verse afectados por ellos. Los científi cos y científi cas orgánicos del sistema que sustentaban y todavía sustentan esta posición y muchos otros y otras que ingenuamente las apoyaban, llegaron a plantear que el Estado venezolano debía decretar a los territorios indígenas como una biósfera, con ellos y ellas incluidos, con su fl ora y su fauna, con sus riquezas minerales presentes en el subsuelo, con las aguas de los ríos, con los bosques y selvas contenidos en ellos, una burbuja que impediría la contaminación y que posibilitaría la preservación, el “rescate” —decían— de los indios. Sólo los investigadores e investigadoras comprometidos con ese rescate podrían penetrar la burbuja, la biósfera, con el objetivo de poder estudiar, “en su estado más puro”, dichas poblaciones.
 
La posición etnomarxista, que surge a partir de los años 60, reconoció, por el contrario, la existencia del carácter autóctono del proceso histórico, pero considerando a las comunidades indígenas como un componente étnico existente en la constitución de las clases sociales. Esa posición buscaba explicar los procesos de identifi cación particulares sin perder de vista los antagonismos políticos de la sociedad nacional.
 
A pesar de este cuadro tan negativo que les ha dejado en herencia los gobiernos republicanos, la mayoría de las comunidades indígenas que habían logrado sobrevivir como comunidades semiautónomas, han podido subsistir hasta el presente, evidencia de lo cual es la existencia actual de alrededorde más de 500.000 indígenas.
 
Hasta fi nales de la década de los años 60, las organizaciones indígenas no lograban trascender el ámbito comunal y local, con cierto impacto en el regional. Sin embargo, a partir de 1972, los movimientos indígenas se organizaron, a nivel regional y nacional, en seis federaciones indígenas regionales y en la Confederación de Indígenas de Venezuela, que les permitieron obtener ciertos logros, no obstante, que fueron manipuladas por las estructuras partidistas que actuaron como grupos de presión con intereses distintos a los de la base indígena. Para comienzos de los años 80, las distintas comunidades indígenas realizaron tímidos intentos para organizar empresas agrarias comunitarias, pero no contaban con ayudas estatales, ni financieras ni de capacitación, para el transporte, procesamiento y conversión así como para la comercialización de sus productos. Para esas fechas existían 68 organizaciones agrarias, donde participaban tan sólo 14 de las 1.060 comunidades estimadas a nivel nacional. 

Si bien el Estado puntofijista, como respuesta a las luchas que llevaban a cabo esas organizaciones, dotó de tierras a algunas comunidades a través del Instituto Agrario Nacional, para 1983 sólo 4.000 de las 23.500 familias de las 1.060 comunidades estimadas a nivel nacional para la época las habían recibido. En el VI Plan de la Nación se asignaba la ínfima suma de alrededor de 600 millones de bolívares para atender las demandas y resolver los múltiples problemas confrontados por casi 24.000 familias, unas 130.000 personas. 

Consecuente con su política indigenista, el Estado puntofijista concentró sus esfuerzos en propiciar la actividad artesanal indígena como el área que mejor permitía introducir dentro de las comunidades los valores conexos con la producción y la comercialización capitalistas, poniendo en práctica acuerdos y convenios que habían sido fi rmados a fi nales de los años 40, los cuales contemplaban en el papel “asistencia técnica y crediticia, suministro de materia prima y comercialización de los productos artesanales”. Los convenios incluían talleres artesanales, coordinados y dictados por promotores, demostradores sociales, peritos y técnicos que no pertenecían a las comunidades. Para 1983 existían tan sólo 16 pequeñas empresas artesanales no consolidadas y 821 “en promoción”.
 
La atención estatal a la salud de los indígenas se realizó durante esos cuarenta años a través de espasmódicas campañas de asistencia médica, generalmente de vacunación, luego que la opinión pública lograba enterarse de la devastación que había dejado en algunas comunidades alguna epidemia de enfermedades infecto-contagiosas.
 
Por las razones apuntadas, entre esas comunidades, los indígenas maniatados por la política indigenista estatal puntofi jista no llegaron a ser los sujetos de su propio desarrollo, para dar lugar al “progreso” contemplado en los planes de expoliación de la burguesía nacional y transnacional. Iguales efectos tuvo el que muchas comunidades, subyugadas por el discurso etnopopulista, asumieran, como bandera de lucha, que para lograr su liberación preservando sus culturas y modos de vivir debían rechazar irrestrictamente al Estado nacional, devenir sus territorios en suerte de reservas intocables por la sociedad criolla, de manera de conservar su pretendida “pureza étnica”, desviando de esa forma sus metas del logro de la transformación estructural, única garantía de su liberación.
 
La relación de los indígenas con el Estado hasta 1999 se caracterizó,entonces, por una ausencia total de su participación en las luchas y movimientos sociales nacionales, ya que las formas organizativas propias no lograban articularse con, ni ser respetadas por el Estado. Mientras la resistencia indígena a través de esas formas propias permitió que las comunidades indias se mantuvieran lo sufi cientemente cohesionadas para sobrevivir hasta hoy día, en su relación con el Estado y el resto de la sociedad mestiza esa resistencia se redujo a tratar de conservar algunos aspectos formales de sus culturas, aspectos que aunque se decía eran “puros”, en la realidad eran intervenidos constantemente mediante formas de aculturación estatales, penetración foránea en sus territorios y una educación ofi cial que les era ajena, cuyos contenidos estaban orientados y diseñados para lograr su asimilación a la sociedad nacional tan sólo como fuerza de trabajo. Esta situación de desapego de los indígenas hacia el resto de la sociedad nacional estimulaba los estereotipos negativos que la ideología estatal había creado en la población mestiza y retroalimentaba la ya existente discriminación y exclusión hacia ellos.

jueves, 17 de febrero de 2011

El territorio marítimo de los Caribes. Tierras y mares del pueblo que resistió a la invasión y el genocidio.

 Al son de guaruras, maracas y flautas, el 20 de octubre de 1520, los indios llamados caribes iniciaron una sublevación masiva que destruiría los asentamientos de los conquistadores en la costa oriental venezolana, llamada por entonces Costa de Perlas. Untados con onoto, carbón y otras tinturas vegetales, los guerreros Caribe arrasaron el monasterio de Santa Fe, ubicado en Chirivichi cerca de Maracapana, pasando luego al de Cumaná, instalado en las riberas del río Manzanares. Ambos fueron consumidos por la llamas y completamente devastados por la acción de estos hombres sigilosos como fieras.

106 guerreros de las familias Cumanagoto, Tagare, Chaima y los temibles Caribes del Guarapiche, reaccionaban con toda su furia ante los excesos cometidos por el invasor español.
 
Ya no rapiña, sino esclavitud

Valiéndose de flechas, macanas, guaicas, y la acción del fuego, los guerreros Caribe se vengaban de la creciente imposición foránea de un sistema esclavista y una economía del despojo. Los conquistadores buscaban afanosamente oro y perlas, pero requerían en su búsqueda adueñarse de la vida y el trabajo de los originarios pobladores de la nueva tierra.

La Real Audiencia de Santo Domingo había decidido en 1519 que la obtención de la riqueza perlífera se hiciera no por “rescate” (que así llamaban la rapiña) sino por explotación directa. La mano de obra esclava, obligada al trabajo hasta la muerte, era la de los indígenas capturados.

Una vez destruidos los asentamientos de los españoles en Tierra Firme, los guerreros Caribe procedieron a envenenar el agua dulce de que se disponía para los habitantes españoles de Cubagua, uno de los florecientes centros de la explotación de perlas.

Los colonos españoles sobrevivientes de Cumaná llevaron las noticias del levantamiento a Nueva Cádiz de Cubagua, y enseguida se dispuso de tres barcos armados para el contraataque inmediato. Sin embargo, al distinguir desde los navíos a los guerreros Caribe dispuestos para el combate, decidieron regresar y dar cuenta a las autoridades de Santo Domingo.

Las dos grandes familias antillanas

Desde muy temprano, los conquistadores pudieron distinguir dos especies de indígenas entre los habitantes de aquellas aguas. Ya los pacíficos lugareños que conversaron con Colón en el primer viaje, le señalaban que en otras islas había temibles guerreros, que llamaban “canibes” o caribes. Años después se generalizaría la expresión de “caníbales salvajes”.

Había, pues, en estos mares y tierras, unos indios mansos, como los lucayos, o los guaitiaos, de la gran familia arawak, y los peligrosos caribes o caníbales. Unos habitaban en las costas, alimentándose de la pesca: otros eran incontenibles navegantes de ese mar que conquistaron con su nombre para la historia: el mar Caribe o mar de los Caribes.

Los reyes de España, atendiendo a la piedad cristiana, prohibieron la esclavitud indígena desde 1500. Como casi todas las grandes leyes emitidas en la metrópoli, esta disposición dificultosamente se cumplió en los hechos. Pero poco más tarde, en 1503, el rey Fernando emitió una Real Cédula dirigida a combatir la resistencia de la nación Caribe. Los indios Caribe ubicados entre Cartagena y las costas venezolanas podían y debían ser reducidos a la esclavitud. Ser Caribe era ser legalmente esclavizable.

La colonización Caribe de la Tierra Firme

Como estrategia de resistencia y medida de auto-preservación, los Caribes, que habitaban originariamente las islas y las costas de Tierra Firme, se internaron en los territorios de más difícil acceso, colonizando de esta manera numerosos puntos de nuestro actual territorio.

La valentía de los guerreros Caribe y la habilidad de sus gentes para adaptarse a los ecosistemas de la América, les permitieron consolidar espacios geográficos para el ejercicio de su derecho a la autodeterminación. Tal es el caso de la Sierra de Perijá en el Zulia, donde habitan los Yukpa, Barí o motilones bravos y los Wayyú, descendientes directos de estos guerreros, o los Kariña de las llanuras de oriente, cuyas costumbres fueron desconocidas para el mundo no indígena hasta mediados del pasado siglo XX.

La nación Caribe: libertad de movimiento

Remontando el caudaloso Orinoco, los Caribes emprendieron expediciones por las costas venezolanas e islas del mar que hoy lleva su nombre, transportados en embarcaciones con capacidad para cuarenta tripulantes, según informan los cronistas y viajeros de la época.

Éstos testifican haber visto hombres y mujeres adornados con narigueras, zarcillos y collares de oro, dientes de caimán, perlas y otros elementos propios de las regiones originarias, sumados a penachos, plumajes y diversas tintas corporales. Los detalles del atuendo identificaban el rol que desempeñaba el individuo en su comunidad, y hacían de cada embarcación caribe una suerte de representación política o embajada móvil en el ancho territorio marítimo.

Entre los tripulantes encontraríamos a los remeros, y a líderes o guerreros reconocidos por la comunidad, acompañados estos últimos por sus mujeres. En algunos hombres Caribes era notable el empleo de taparas, caracoles y materiales semejantes para la protección de sus genitales.

La composición de la tripulación nos permite deducir que las expediciones realizadas por los Caribe, además de tener la finalidad del intercambio comercial, cumplían otros servicios, de tipo religioso, bélico y cultural, sentando con ello las bases para la consolidación de un eje de desarrollo que iba desde Borburata a la Península de Paria.

Fabricaban embarcaciones que podían ser de diversos tamaños de acuerdo a su función, siendo las de menor dimensión aquellas dedicadas a la pesca (de aproximadamente 6 metros de largo por 1,5 de ancho), con espacio para dos tripulantes y la presa. Existían asimismo embarcaciones destinadas al transporte de mercancías o de guerreros que conformaban unidades de combate (de aproximadamente 12 metros de longitud por 2 de ancho). Finalmente se encontraban las naves de mayores dimensiones (entre 20 y 30 metros por 2,5 de ancho), destinadas al traslado de los principales y su familia, en misión diplomática.

Los Cumanagotos realizaban cantos mientras remaban y prefirieron el cedro (cederja mexicana) y el palo de mora (cholophora tincctoria) para la construcción de sus embarcaciones. Por su parte los Warao del Orinoco emplearon el tronco de carapo (carapa guianensis) o el llamado de cachicamo (calophilum sp.). Los Caribes asentados en la costa central venezolana, emplearon la ceiba como materia prima de sus embarcaciones.

En algunas regiones los cronistas mencionan la existencia de velas y quillas en la arquitectura de las embarcaciones, elaboradas con palma de moriche, lo que pudo haber constituido un aporte del pueblo Warao, dada la importancia de ese árbol en su cultura.

Como parte de sus instrumentos de navegación y pesca, los Caribes utilizaron redes, arpones, anzuelos y anclas. Para su orientación en alta mar se guiaban, principalmente, por la posición del sol, y cuando éste se ocultaba recurrían a la luna y a la constelación de Las Pléyades, que junto a trompetas de caracol y otros recursos sonoros, complementaban los elementos de guía.

¡Ana Cariná Róte! (¡Sólo nosotros somos gente!)

Más que un grito de guerra, éste parece ser el gentilicio originario de la nación Caribe, puesto que las familias pertenecientes a su tronco lingüístico conservan el mismo sentido en sus etnonimias o autodenominaciones.

La nación Caribe nos remite a la unidad política, territorial y cultural que opuso la más fiera resistencia al proceso de invasión española sobre el territorio marítimo que hoy identificamos con su nombre, así como a otras costas del subcontinente americano.

Las evidencias arqueológicas confirman las relaciones de intercambio comercial y cultural entre los grupos que habitaron las costas del Mar Caribe y el grupo de islas que conforman una suerte de escudo sobre la plataforma continental de Venezuela.

La influencia de las técnicas Caribe en la cultura marítima de la región y la intensa actividad de intercambio (principalmente de sal, pescados, medicinas y agua dulce), les permitieron establecer un sistema de alianzas en toda la zona, que consolidó su poderío como nación guerrera y navegante de los mares.

La presencia de estos hombres y mujeres en casi toda la geografía nacional, nos indica que el territorio de la nación Caribe se definió en base a la creación de espacios interculturales y alianzas matrimoniales, más que por el uso exclusivo de la fuerza.

El principio de autodeterminación de los Caribes se basaba en la capacidad de habitar y defender un territorio. Lo que puede apreciarse en los rituales que regulan sus relaciones sociales y definen las relaciones de poder.

Héroes de la resistencia Indígena Venezolana


Se considera héroes de la resistencia indígena venezolana a los líderes nativos que se enfrentaron a los invasores y conquistadores españoles en los siglos XV y XVI. Muchos de ellos murieron heroicamente, y se convirtieron en paradigmas de lucha y rebeldía contra los abusos y las injusticias de los poderosos.
Entre los líderes más recordados de la resistencia indígena de Venezuela tenemos a:
-         GUAICAIPURO
-         TEREPAIMA
-         TIUNA
-         TAMANACO
-         CHACAO

 Cacique Guaicaipuro

Cacique de los indios Teques y Caracas, que acaudilló la resistencia a la penetración europea en la zona nor.-central de Venezuela durante la década de 1560. La región de Los Teques estaba poblada por muchos indígenas que formaban grupos independientes con sus jefes o caciques propios. El principal de estos grupos era el del cacique Guacaipuro, cuyo asiento era Suruapo o Suruapay, situado en las vecindades del actual San José de los Altos, en la vertiente de la quebrada Paracoto. Aunque la grafía Guaicaipuro se ha popularizado, debe tenerse en cuenta que su verdadero nombre era Guacaipuro, y así es mencionado en los documentos coetáneos.

Descubiertas unas minas de oro en tierras de los Teques, al comenzar Pedro de Miranda su explotación, fue atacado por Guacaipuro y tuvo que abandonarlas. El gobernador Pablo Collado nombró a Juan Rodríguez Suárez en sustitución de Miranda, el cual venció a Guacaipuro en varios encuentros y creyendo haber pacificado la región, dejó en las minas unos obreros para trabajarlas con 3 hijos suyos menores de edad. Ausente Juan Rodríguez Suárez, Guacaipuro asaltó las minas mató a todos los trabajadores, incluso a los hijos de Juan Rodríguez Suárez, y tras haber incitado a la rebelión a Paramaconi, cacique de los taramainas, pasó al hato de San Francisco, dio muerte a los pastores, quemó las viviendas y dispersó las reses.

Enterado Juan Rodríguez Suárez del desembarco del Tirano Lope de Aguirre, se dirigió hacia Valencia con sólo 6 soldados para combatirlo; en el trayecto, sorprendido por Terepaima y Guacaipuro, fue muerto tras una heroica resistencia. Guacaipuro impulsó entonces un levantamiento de todas las tribus y los caciques Naiguatá, Guaicamacuto, Aramaipuro, Chacao, Baruta, Paramaconi y Chicuramay reconocieron a Guacaipuro por su jefe supremo.

Sabedor Diego de Losada de que Guacaipuro era quien había promovido un frustrado asalto a la recién fundada ciudad de Caracas (1568), ordenó su aprisionamiento; confió este delicado encargo al alcalde Francisco Infante, quien, con indios fieles que conocían el paradero del cacique, salió de Caracas cierta tarde, al ponerse el sol, con 80 hombres. A la media noche llegaron al alto de una fila, en cuya falda estaba el pueblo de Suruapo donde Guacaipuro tenía su vivienda; Infante con 25 hombres se quedó allí para proteger la retaguardia y retirada en caso de una derrota, mientras Sancho del Villar con los demás bajaba a ejecutar la prisión del indio. Conducidos por los guías llegaron a la puerta del inmenso bohío o caney de Guacaipuro los 5 primeros que formaban la delantera, pero como acababan de ser descubiertos, con sus armas en las manos, esperaban la llegada de los compañeros y fue entonces cuando intentaron franquear la entrada, pero Guacaipuro, que manejaba la espada que había sido de Juan Rodríguez Suárez, hirió a cuantos intentaron entrar. A los gritos de la pelea, se alborotó el pueblo y todos acudieron a defender a su cacique, pero nada podían contra los filos de las espadas; y los lamentos y gritos de las mujeres y niños, en la noche oscura, aumentaban la confusión general. Viendo los españoles la imposibilidad de rendir al cacique, resolvieron quemar el gran bohío o caney en el cual estaba guarecido. Como su techo era de paja y madera, arrojaron una bomba de fuego sobre el tejado, que comenzó a arder vorazmente. Viéndose en trance de perecer, Guacaipuro saltó fuera, dando estocadas a diestra y siniestra contra los asaltantes, pero todo fue en vano pues las espadas de éstos lo dejaron muy pronto muerto en el suelo; la misma suerte tuvo sus acompañantes.
Cacique Terepaima
Terepaima, cacique de araucos y meregotos, "dueño" del territorio que limitaba con los Teques, era tenaz como guerrero, ágil y preciso en las conquistas, alcanzó éxito en las batallas contra Rodríguez Suárez. Su dominio alcanzaba el Tuy, San Pedro, Mariches, hasta el territorio que hoy ocupan los estados Miranda, Aragua, parte de Carabobo, Cojedes y parte de Lara. Terepaima, sabiendo que el español Rodríguez Suárez lo tenía sentenciado a muerte, reunió los indios Paracotos y en un feroz ataque contra los españoles, extinguió la vida de Rodríguez Suárez.

La victoria y el hecho de que Terepaima fuera el que diera muerte a Rodríguez, le creó una aureola de leyenda. Hasta ese momento, había actuado como jefe sin que los piaches de su tribu aprobaran su ascenso a la categoría de cacique. El triunfo de Terepaima sobre el español que mató a Yoraco, le dio argumentos para adquirir el liderazgo que ambicionaba.
La historia de este hombre demuestra que no sólo fue hábil como guerrero, sino que también tenía dotes para la política y para la diplomacia. De hecho, en 1559 negocia con Francisco Fajardo permitiéndole paso por su territorio después de habérselo negado.
En 1561 vence a Luís Narváez, que había penetrado en su territorio con propósitos belicosos. Losada se enfrentó con Terepaima en el 67 y no pudo someterlo. Fue García González de Silva quien logró establecer la paz con él, pero el indio muy pronto volvió a la guerra, a defender lo que creía que era suyo y en una cruenta pelea encontró la muerte a mediados de la década del 70.

"Huayra!" es uno de los gritos de guerra de los indios caribes del siglo XVI, que significa "Venceremos!". Las tribus indígenas, sostuvieron una tenaz lucha contra el invasor español, donde el conocimiento de materiales bélicos de la época jugo papel importante en el exterminio de los grupos aborígenes.

Los caribes, al igual que otras tribus, mostraron una resistencia implacable contra quienes buscaban someterlos en su propia tierra. Los caballos, perros amaestrados, arcabuces, fuerte vestidura y una gran experiencia en el arte de la guerra no lograron extinguir el grito de libertad que retumbaba en las montañas venezolanas, con flechas y lanzas combatieron con tenacidad regando los campos de batalla con su sangre americana. Esta lucha encarnizada duró varios años de enfrentamientos; hubo episodios de heroísmo, destacando el ímpetu y gallardía de valientes caciques como: Guaicaipuro, Baruta, Chacao, Tamanaco, entre otros.
Cacique Tiuna

Intrépido guerrero, nacido en la tribu de los Caracas, creció bajo la tutela del Cacique Catia y se caracterizó por su rigidez y valentía. Su poder lo ejercía en el valle de Los Guayabos, territorio que hoy día es conocido con el nombre de Catia La Mar.

Su dominio se extendió a través de las montañas, limitando con Filas de Mariches y los Valles del Tuy, incluyendo parte del valle de Caracas. Uno de sus hombres de confianza era el guerrero Aramaipuro, conocido como "ponzoña de abeja". Entre sus éxitos se recuerda el de Villa del Collado, hoy Caraballeda, así como el de Cayapa, donde derrota al legendario y cruel Rodríguez Carpio. En 1568 Tiuna reunió casi cuatro mil hombres, unido a los caciques Guaicamacuto y Aricabuto, para dar una pelea decisiva en Maracapana, sabana cercana a Caracas. Para destruir al invasor, estaban los caciques Naiguatá, Uripatá, Anarigua, Mamacuri, Querequemare, Prepocunate, Araguaire, Guarauguta, con siete mil guerreros; Aricabuto y Aramaipuro representaron a la nación mariche al mando de tres mil flecheros. 

El gran cacique Guaicaipuro, que debía acudir con dos mil guerreros, no llego al sitio a causa del mal tiempo. Algunos caciques se retiraron, pero otros, motivados a la lucha por el cacique Tiuna decidieron combatir, Losada los enfrentó. La batalla fue desastrosa, los caciques decidieron retirarse.

Tiempo después, Tiuna se dedicó a hostigar implacablemente a todo conquistador. Los exasperados españoles pusieron precio a su cabeza. Y, según algún cronista, un indio traidor, lo atacó con una flecha causándole la muerte. 

Cacique Tamanaco

Dos años después de la muerte del gran Cacique Guaicaipuro, surge Tamanaco, cacique de los indios mariches y de los quiriquires.

Su misión, al igual que Guaicaipuro, era la de propiciar una alianza entre las diferentes tribus. El 5 de diciembre de 1570, llegó a Coro, capital de la provincia de Venezuela, el gobernador y capitán general Diego de Mazariegos, pacta con los enemigos de Tamanaco. Nombra al avanzado Francisco Calderón para pacificar el valle de Caracas y lo designa teniente general de la recién fundada ciudad de Santiago de León de Caracas. 

Para el año 1573 fuertes contingentes venidos de la península española y de las Antillas Menores, habían arribado a la Provincia de Venezuela, para encargarse de Tamanaco y los indios mariches. Calderón envía al capitán Pedro Alonso Galeas a rendir a Tamanaco. Galeas lo persigue y entra en tratos con el cacique Tapiaracay, enemigo de Tamanaco y del pacificado cacique Aricabuto, quien le ofrece ayuda a cambio de que le entregue a este último. El trato no se consolida y Galeas se mide con Tamanaco en una pelea en la que participa Garci González de Silva y el indio Aricabuto, que les sirve de guía. El combate no tuvo vencedor. Tamanaco decide atacar a Caracas, con una incursión de 300 guerreros conformados por indios de las tribus teques, arbaco y mariches. Pronto se inició la lucha entre hispanos e indígenas, la cual parecía inclinarse de parte de los últimos, cuando los españoles retroceden hasta las orillas del río Guaire, hasta el preciso momento en que fueron sorprendidos por una fuerza de caballería proveniente de Occidente.

Los indios no advirtieron la llegada de una caballería española, Tamanaco y sus hombres quedaron atrapados y fueron hechos prisioneros. Guaicaipuro fue condenado a morir en la horca, luego su cabeza sería exhibida para que sirviera de escarmiento a los rebeldes. García González, que había sido elegido Regidor del Cabildo de Caracas en 1573, estuvo en desacuerdo con la medida, ya que admiraba el valor, el temple y la dignidad demostrada por el guerrero. En el medio de estas consideraciones intervino un capitán de apellido Mendoza, que era propietario de un perro y sugirió que le dieran a Tamanaco la oportunidad de escoger entre la muerte en la horca o la posibilidad de salvar su vida si vencía al perro. García González estuvo de acuerdo, al igual que el resto de los miembros del Consejo de Guerra, Tamanaco acepto. 

El jefe indio aceptó el reto, expresando según algunos historiadores las siguientes palabras: " El perro morirá en mis manos y así sabrán los hombres crueles de todo lo que es capaz Tamanaco." Muerto como consecuencia de las heridas sufridas en su desigual lucha con dicho animal, el valiente Cacique se convirtió en una leyenda para los demás pueblos indígenas.

Cacique Chacao

Chacao, llamado el Hércules americano, de raza caribe, gobernaba justamente en la región caraqueña que hoy lleva su nombre, pero su dominio iba mucho más allá, acercándose a Los Teques. Su aspecto físico era impresionante, era de gran tamaño, tenía audacia y una capacidad muy especial para preparar ataques tipo comando. 

Su cacicazgo lo ejercía con sentido democrático y no se recuerda ninguna injusticia cometida contra su gente. Era respetuoso de las normas y de las tradiciones que regían a su pueblo, inclinándose fuertemente por la ayuda a los más débiles, especialmente niños y mujeres

Su territorio lo defendió con tesón y empuje. Se alió con Guaicaipuro y participó en la coalición de jefes que durante siete años mantuvieron el control sobre todo el valle de los Caracas y la región montañosa de los indios Teques. En 1567 el indio Chacao se enfrenta a Juan de Gámez, oficial de Diego de Losada, quien lo reduce a prisión. Al saber Losada que el bravo Chacao es su prisionero, decide dialogar con él y recobró su libertad. En 1568 renueva su alianza con Guaicaipuro y con sus hombres acude al sitio de Maracapana, serranía adyacente a Caracas. 

Conocida su inclinación a ayudar a los débiles, especialmente a los niños y mujeres, se le hace saber que un capitán llamado Catario había secuestrado a dos indiecitos y que los tenía esclavizados, juró rescatarlos y devolverlos sanos y salvos a su familia. Chacao fue a rescatar a los niños, entró con gran destreza al campamento español y los liberó. Los hombres de Chacao observaron que su jefe estaba gravemente herido, fue atendido de inmediato por su piache, pero ya no había nada que hacer, el cacique había perdido mucha sangre. Su muerte causó un profundo dolor en su pueblo.